Por: María Eugenia Molina.
Ningún país o ciudad están exentos de padecer riesgos de desastres, tanto de carácter natural como antrópico (producido por la acción de los seres humanos), en ese sentido, el Ecuador y el territorio que conforma el Distrito Metropolitano de Quito, cuentan con varios elementos que les hacen proclives a sufrir fenómenos naturales, que si no son mitigados, controlados y limitados a tiempo, pueden ser causa de crisis y desastres de consideración.
Recordemos que nos encontramos atravesados por las placas de Nazca y la Sudamericana que pueden ocasionar temblores o terremotos al liberar de modo súbito su energía, el DMQ., se asienta sobre el sistema de fallas de Quito, las cuales se encuentran activas; adicionalmente, estamos rodeados por el “Cinturón de Fuego del Pacífico” con 20 volcanes, entre activos y potencialmente activos que pueden afectar directamente a la vida de la población y a las infraestructuras, adicionalmente, contamos con otros fenómenos que se constituyen en una seria amenaza.
De allí la imperiosa necesidad de preparar a la población para afrontar los riesgos que se puedan dar en materia de amenazas naturales para lo cual las autoridades deben trabajar en conjunto con la ciudadanía para estar atentos y saber qué hacer ante posibles fenómenos de tipo natural. Frente a esta realidad es clave tratar el tema de estrategias de comunicación de riesgo desde el ámbito de la necesaria imbricación con posibles crisis, si no se propende a que la sociedad maneje una cultura de riesgo con la cual pueda evitar o minimizar la crisis, no se habrá logrado el objetivo de la comunicación estratégica en el sentido de evitar que ella se instale y se generalice.
Recordemos lo sucedido la semana pasada con un tanquero cargado de diésel que se accidentó en la vía Pifo-Papallacta y que comprometió la captación de agua para Quito, fue un riesgo para el que no estuvimos preparados y donde los mensajes emitidos por la entidad encargada del tema, no fueron claros.
Gestionar el riesgo en lugares que son proclives a desastres es clave desde la perspectiva de la seguridad de las personas y la propiedad, en ese sentido, el trabajo del Estado central y seccional es un imperativo, pues sin políticas públicas claras no se puede generar esta gestión; un desastre de cualquier índole y uno de origen natural específicamente, generan gran impacto es por ello que el trabajo estratégico que se haga en torno a la comunicación del riesgo debe ir en dirección a la capacidad, tanto de la autoridad como de la población para dar respuestas efectivas.
Frente a esta realidad, todos los sectores de la sociedad en sus distintos niveles deberían ser parte de la conformación de las discusiones que den como resultado políticas que garanticen el aporte de ellas a sus ciudadanos, pero cuán difícil se vuelve salir adelante en circunstancias de crisis por desastres naturales, sobre todo, aquellos que no son previsibles, que no medimos su capacidad destructiva o que nos toman desprevenidos como ciudadanos, ello porque, generalmente, en nuestro país, estos temas no son motivo de políticas públicas ampliamente desarrolladas y mucho menos consensuadas y comunicadas de modo eficaz con la población.
La comunicación de riesgo tiene como uno de sus objetivos evitar, en la medida de lo posible, mediante la preparación previa, que ciertas crisis se conviertan en desastres para que los miembros de la sociedad puedan salir lo menos afectados, mientras más temprana sea la preparación de la ciudadanía para detectar, prevenir o manejar la crisis, mejores serán los resultados y por ende menores serán los daños que se produzcan.
“Si la comunidad sobrevive a las etapas de precrisis, crisis y poscrisis, se encontrará nuevamente en el estado de precrisis, idealmente mejor equipada para una próxima crisis o posiblemente con una visión más fatalista de su capacidad de manejar la siguiente crisis” (Coombs, 2007).
Cuando tratamos con situaciones de riesgo, crisis y desastres, sobre todo en casos de fenómenos naturales donde el principal activo es la preparación de la población, lo cual no es algo posible de lograr de un momento para otro, concienciar sobre la gravedad de este tipo de situaciones y lograr cambios de comportamiento, son tareas que necesitan un fuerte componente comunicacional, por lo tanto, no se trata “solo” de diseminar la información, se trata de comunicarla, lograr el feedback adecuado e ir ajustando tácticas en el camino, con la finalidad de garantizar que los aprendizajes sean efectivos y se cumpla con el objetivo más loable, salvar vidas, propiedad pública y privada y trabajar para que los riesgos no terminen en desastres o catástrofes.
Los mensajes elaborados por las autoridades y sus equipos técnicos deberán ser creados para llegar del modo adecuado a cada público, pues cada grupo poblacional tiene sus propias especificidades y necesidades, además hay que hacer hincapié en que cambiar actitudes y comportamientos no se consigue fácilmente, sino con base en procesos sostenidos y en los que la gente se sienta incluida y donde se la haga sentir que sus criterios son válidos y acogidos.