Por Tamara Idrobo
Actualmente las personas estamos reponiéndonos de los impactos de la última pandemia que tanto ha golpeado a la humanidad. Siento que estamos transitando un periodo largo y denso y que recién estamos asumiendo las consecuencias que esta pandemia nos ha dejado.
Por una parte, como que estamos en modo de sobrevivencia ya que con inercia vamos soportando los días y buscando maneras de sobrellevar los impactos económicos, sociales y emocionales, incluidos duelos de todo tipo. Por otro lado, siento que las personas tratamos de recuperar el “tiempo perdido” de confinamientos y encierros hasta encontrarnos viviendo desenfrenadamente.
Presiento que las personas nos encontramos como en un trance intentando rescatar y retomar el ritmo de la vida que teníamos -o que pretendíamos tener y construir- antes de que la pandemia llegará a transformar nuestras vidas embargando todos nuestros sueños, anhelos y planes.
Como muchas personas, yo también soy de las que considera que las vacunas es una esperanza que la ciencia nos brinda. Las vacunas para mí son la luz al final del apagón y la lumbre en medio de tanta oscuridad en la que nos ha sumergido un virus de muerte y ahora también, el virus del miedo.
Privilegiada/os hemos sido y seguimos siendo quienes, con miedo y dolor, logramos atravesar los trances de encierros y confinamientos sin que nos haya faltado un plato de comida en nuestras mesas. Desde ese privilegio que reconozco yo tengo, me solidarizo con quienes han atravesado carencias de todo tipo y con quienes todavía están combatiendo al bicho, o con quienes todavía están honrando la vida de familiares y amistades que se fueron con el soplo de los contagios.
Desde mis privilegios reflexiono que como humanidad no podemos aspirar a “volver a la normalidad”, porque creo que esa normalidad nos invitaba a llevar vidas en medio de sueños y anhelos sí, pero también de dolores y miedos. Algunos de los dolores, creo yo, proviene de aquello que social y mundanamente conocemos como “el sentimiento de culpa”.
¿Por qué a las personas nos cuesta tanto disfrutar de los momentos de placer? y ¿Por qué cuando lo hacemos nos sentimos tan mal?
Para mí la respuesta puede ser que cada persona define el sentimiento de culpa desde sus creencias. Creencias que se presentan cuando sienten que han infringido una norma o la moral de las buenas costumbres. Inmediatamente me cuestiono: ¿Quién o quiénes establecen esas normas y morales de las buenas costumbres?
Ya sé que definir o explicar de donde provienen las normas, la moral y las buenas costumbres sería entrar en un análisis demasiado académico y profundo que no pienso hacer. Les dejo a cada persona reflexionar sobre las respuestas que deseen dar a estas preguntas. Yo solo me limitaré a decir de forma muy simple que éstas son preceptos sobre los cuales construimos nuestras propias creencias que determinan nuestros comportamientos sobre la base de lo que pensamos que está bien o lo que está mal.
Si bien considero que tenemos que ser responsables con nuestros actos, que debemos ser muy conscientes de las cosas que hacemos, de las palabras que decimos y de los productos o alimentos que consumimos; creo que más que encontrar estrategias para manejar la culpa que podemos sentir, debemos comprender el por qué la sentimos.
Como soy feminista y soy mujer, mi análisis parte desde mi experiencia de saber a conciencia -sobre la base de la realidad de la vida cotidiana- que a las mujeres por el rol que nos han asignado en la sociedad, la culpa suele dominarnos y oprimirnos cuando hacemos cosas que rompen con los estándares de las demandas culturales y religiosas que nos han impuesto. Particularmente yo, desde mi feminismo, creo que la culpa es una herramienta que busca dominarnos y oprimirnos a las mujeres particularmente, pero no exclusivamente.
El placer es una necesidad humana que necesitamos las personas para sentirnos vivas.
También creo que la culpa que sentimos todas las personas está atada a un sentimiento encontrado de negación o aniquilación cuando estamos experimentado algún placer. El placer genera y libera grandes sensaciones de bienestar y felicidad en nuestros cuerpos y mentes.
Nota: las sensaciones de placer que cada persona tiene pueden ser tan diversas como las fuentes que lo provocan.
En mis reflexiones sobre todo lo que la pandemia nos ha arrebatado a la humanidad, como el no haber podido tener contactos físicos y sociales, llego a concluir que las personas no podemos perder un elemento tan humano como es el placer. Y me refiero al placer en sus múltiples expresiones, como el placer simple de abrazar y sentir abrazos. Como decía anteriormente, las personas nos encontramos en un esfuerzo diario y cotidiano no solo por sobrevivir sino por vivir, y eso incluye el recuperar nuestro bienestar.
Andrés Seminario en un artículo sobre sobre la salud mental, me invitó a reflexionar sobre cómo la humanidad aún no se da cuenta de todo lo que tenemos que procesar sobre el impacto emocional y mental que la pandemia ha dejado en la vida de toda/os.
Les invito a seguir y a leer a Andrés que en su artículo publicado el pasado 31 de agosto dice: “El entorno cambió. Su rutina cambió. Y su cerebro cambió. Su cerebro está diseñado para enfocarse en el cambio. La sorpresa, importa. La incertidumbre, preocupa. Su cerebro es un sistema dinámico, en constante alteración, para igualar las demandas del ambiente (y sobrevivir).”
Considero que parte del proceso de sanación -que como humanidad tenemos que reconocer que necesitamos- es el derecho a la búsqueda y obtención de placeres, pero placeres que no vengan atados a sentimientos de culpa que no harán sino, empeorar nuestra salud mental.
Creo firmemente que parte del proceso de cuidado de nuestra salud mental, será encontrar las posibilidades reales de que cada persona podamos en un momento (ojalá fueran más seguidos y no escasos) encontrarnos disfrutando de algo que nos causa placer. El placer puede estar representando en tantas cosas y momentos que inclusive puede llegar a sorprendernos cuando se presente. Justamente en esos momentos donde nos sorprendamos a nosotra/os misma/os disfrutando, debemos permitirnos zambullirnos en el placer que es liberador y sanador. Además, debemos trabajar para que el sentimiento de culpa que siempre intenta sabotear ese momento de disfrute no domine nuestras posibilidades de disfrutar y de gozar.
El placer deber ser considerando un derecho humano.
Desde mi feminismo, yo promulgo el derecho al placer como un acto político de conciencia del derecho que tenemos las personas -y las mujeres- a disfrutar de nuestro cuerpo y de hacer cosas, o de acceder a espacios de ocio o distracción que nos causen gozo. Yo reivindico el derecho humano que tenemos cada persona a disfrutar de compartir con quienes amamos y queremos. Y también, de hacer o tener actividades que nos relajen y nos permitan disfrutar mutuamente.
La pandemia nos ha arrebatado entre tantas vidas y cosas, el derecho al ocio, a divertirnos y a sentir placer.
Les invito -una vez vacunada/os- a liberarse de la culpa que nos domina y a atreverse a sentir el placer que libera.