Juan J. Paz y Miño Cepeda
Se publicó, recientemente, el libro titulado Tres Revoluciones que Estremecieron el Continente en el Siglo XX. México, Cuba y Nicaragua (2020), escrito por tres reconocidos historiadores: el cubano Sergio Guerra Vilaboy, el mexicano Alejo Maldonado Gallardo y el colombiano Roberto González Arana. Ellos pertenecen a la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC: www.adhilac.com.ar), cuyos encuentros, congresos y actividades han permitido que un amplio número de investigadores dedicados a Nuestra América Latina, mantengamos estrecha comunicación y contribuyamos al conocimiento de la historia de esta región desde una perspectiva social y progresista.
Esta apasionante obra, de indetenible lectura por su trama y la frescura de los textos, merece destacarse por su importancia para el presente latinoamericano por varias razones. Aunque se dieron en contextos históricos distintos, las tres revoluciones coincidieron en ciertos procesos: estuvieron precedidas por regímenes autoritarios y represivos, como fue el de Porfirio Díaz (y Victoriano Huerta) en México, la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba y la dinastía de los Somoza en Nicaragua (estas últimas, además, sanguinarias); para enfrentarlos se requirió de la lucha armada y un amplio respaldo popular, que en México fue marcadamente rural y masivamente campesino e indígena, mientras en Cuba y Nicaragua las guerrillas encabezaron la resistencia y movilización populares en el campo y las ciudades; las tres revoluciones vencieron a los ejércitos regulares y, desde el poder, construyeron la nueva institucionalidad estatal; tuvieron claras orientaciones sociales y alteraron la hegemonía que habían mantenido las oligarquías internas y las burguesías en ascenso; despertaron la inquietud y el intervencionismo de los EEUU, que en México procuró influir sobre el rumbo de los acontecimientos; mientras en Nicaragua se orientó a liquidar el proceso, hasta lograrlo; y en Cuba desplegó, hasta el presente, el más impresionante e ilegítimo bloqueo que haya sufrido un país en el mundo contemporáneo, sin lograr abatirlo.
Precisamente lo que distingue a la obra es el pormenorizado seguimiento que se hace de los procesos rápidamente referidos. Alejo Maldonado detalla cada episodio de la revolución en México (1910-1940), en la que se evidencia cómo la trama política de la compleja estructura de clases volvía, a las capas altas de la sociedad y sus dirigentes, en freno permanente contra la “radicalidad” de las masas, a las que siempre procuraron apartarlas; pero, al mismo tiempo, cómo esta presencia fue la determinante para que el país asumiera una orientación social inédita en la época. Sergio Guerra igualmente sigue paso a paso el camino de Cuba (1953-hoy), gestado desde las primeras reacciones contra Batista, pasando por el triunfo popular y de allí a la edificación del socialismo hasta nuestros días. Roberto González describe los orígenes de la dinastía Somoza y cómo literalmente este clan se convirtió en dueño económico del país, y detalla el despegue del sandinismo y su triunfo, que también tuvo que ver con la ruptura de un sector de las elites dominantes con el gobierno de Anastasio Somoza; pormenoriza sobre la década sandinista y analiza las razones de su derrota electoral en 1990, que frustró, como dice el autor, “un sueño”; pero, además, con agudo sentido crítico, deja una ligera apreciación sobre el gobierno de Daniel Ortega, 40 años más tarde de aquella historia sandinista, y juzga que instauró un gobierno represor y que ha desconocido las libertades.
El estudio de la Revolución Mexicana tiene crucial importancia para descubrir cómo los mecanismos de la política pueden limitar la vía de la transformación definitiva de una sociedad latinoamericana, si no se logra imponer la hegemonía y el poder de los sectores populares. La Revolución Cubana, cercada por todas partes y afectada en forma inesperada por el derrumbe del socialismo en la URSS, merece particular atención precisamente en el “período especial” que arrancó al avanzar la década de 1990, porque la conducción política logró sortear el problema histórico más serio vivido por la isla, en su objetivo por construir el socialismo. Pero la Revolución Sandinista tiene un interés que no puede dejar de analizarse en forma profunda y detallada, porque la conjunción de iniciales logros sociales y hasta de recuperación económica, se vuelve difícil de mantener al poco tiempo y fue preciso tomar una serie de medidas de ajuste y estabilización, que demostraron los límites y equivocaciones que el sandinismo no pudo solucionar, en lo que Roberto realiza un sustancioso análisis.
Desde luego, quedan una cantidad de asuntos por reflexionar sobre la historia de las tres revoluciones mencionadas. Sergio y Alejo comprueban el liderazgo de Fidel Castro en Cuba y de Lázaro Cárdenas en México, lo cual invita a tomar en cuenta la importancia de las personalidades en la historia. Inquieta el tema de la determinación de las clases sociales que encabezaron esas transformaciones, un asunto nada fácil, porque es evidente que no se puede hablar, en forma dogmática, de “revoluciones proletarias” que procuraron instalar la “dictadura del proletariado” y mucho menos en el caso de México. En cuanto a Cuba, también es evidente que la masiva salida del país de las capas otrora dominantes, libró a la política interna de las resistencias que las burguesías presentaron en Nicaragua al poder sandinista. No es nada despreciable la dimensión que puede alcanzar el intervencionismo de los EEUU con sus sanciones, recursos o bloqueos. Las experiencias de Nicaragua y la que sigue viviendo Cuba, demuestran cómo quedan afectadas las economías de los países latinoamericanos con semejantes acciones imperialistas. Ahora también es Venezuela la que ofrece ese mismo espejo.
Finalmente, los mismos autores de la obra subrayan que la historia de América Latina ha sido marcada por las revoluciones desde los tiempos de Simón Bolívar; a las independencias siguieron las revoluciones liberales; y en el siglo XX las tres más importantes y decisivas que ellos han estudiado. Pero no son las únicas, porque podrían unirse otras como la guatemalteca o la boliviana. Además, permanentemente hay luchas y revueltas contra la dominación. Unos procesos llegan a ser exitosos y otros no. Pero es imposible dejar de observar, dicen los autores, la impronta histórica de las revoluciones latinoamericanas en nuestro presente. Afirman: “Los acontecimientos que a diario sacuden al hemisferio, desde la sublevación en 1994 del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas (México), hasta la eclosión de movimientos sociales de diferente signo como los registrados en el pasado reciente en la América del Sur -la revolución ciudadana de Ecuador, la bolivariana de Venezuela, etc.-, demuestran que las revoluciones no han envejecido o desaparecido para siempre del escenario continental, sino que, por el contrario, se mantienen latentes, reapareciendo y modificando el curso de la historia en los momentos más inesperados”.
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