Por: Esteban Ávila
El primer impulso que me produjo la muerte de Diego Maradona fue el de plasmar una opinión a la altura de la ocasión, alguna pieza que iguale en épica al relato de Víctor Hugo Morales del gol a los ingleses. No es sencillo tocar la sensibilidad ajena, ese es privilegio de los más capaces. Otros podemos mucho menos, luego del extenuante esfuerzo de pensar.
Aparte, es un ejercicio redundante cantar las gestas de Maradona, intentar graficar su cadencia y arte en la cancha. ¿De qué sirve lo que yo pobremente pueda describir acá si abres Youtube y tienes miles de minutos de fútbol de Argentinos Juniors, Boca, Barcelona, Napoli, Sevilla y la Selección. Sería un necio y un pretencioso si con eso creo lograr algo.
Entonces, considero que este Maradona que se fue en una edad en la que no hay que morirse aún, nos deja una lección enorme con su dolor y los golpes que la vida le dio desde niño. El famoso, la estrella, el supercrack se topó en maldito día con la droga. Y la droga, sabemos, no perdona.
Cuesta reprimir la incomodidad cuando el mismo Diego reconoce que la cocaína nos privó de una versión aún mejor de su carrera. Y la coca, o cualquier droga, nos priva de las mejores versiones de todos aquellos jóvenes y niños que saltan hacia ese abismo sin fin.
Drogarse no es una elección de vida. Es una imposición de factores que terminan atrapando al ser humano, que lo reprimen hasta infiernos inimaginables. «Diego fue solamente feliz dentro de una cancha», me escribía un oyente. Y tiene razón. Y fue feliz ahí porque no necesitaba de «motivaciones» para soportar todo lo que vivió afuera del campo hasta el último día de su vida.
La lección que nos deja toda esta agonía supera al mismo fútbol o a las escenas desgarradoras del velatorio. La droga es una enfermedad, un problema de salud pública, que va más allá del gran combate transnacional. El individuo, Maradona o el de la calle, termina siendo víctima de circunstancias ajenas que le impiden la redención. Peor aún, utilizar la condición de adicto para reducir a alguien o minimizarlo expresa el más pobre de los espíritus, la maldad más torpe de todas.
Dado su carácter, Maradona eligió de qué lado se ponía. Fue su opción y es la nuestra también. A mí también me provocó desazón verlo hacer el coro al sátrapa de Nicolás Maduro, con grotesca danza en una tarima de Caracas. Pero, repito, fue su opción. ¿Maradona es ‘más’ o ‘menos’ por sus cercanías políticas, por abrazarse con esos gobernantes que se escudaron en su imagen popular? No. Y nosotros tampoco lo somos por pensar o inclinarnos a lo que elijamos.
Murió Diego, Viva Diego. Fue uno más de nuestros semejantes, con debilidades, temores y virtudes. La diferencia es que un poder extraño, diferente y exclusivo le fue a él conferido y por eso quedó expuesto a tener una paja que millones y millones de portadores de vigas se la veían y se la siguen viendo en su ojo, aun cuando él ya no está.