Por Tamara Idrobo
El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar… la asistencia médica…”. El artículo 32 de la Constitución del Ecuador dice: “La salud es un derecho que garantiza el Estado… La prestación de los servicios de salud se regirá por los principios de equidad, universalidad…”. Entendamos: ¡la salud es un derecho humano universal!
Ecuador vive la emergencia causada por la pandemia del Covid-19 (yo le llamo a este virus “el bicho”). El derecho humano a la salud ha sido violentado cada vez que una persona no ha podido acceder a servicios de salud y/o a la vacuna “anti-bicho”.
El bicho ha destapado la realidad del país del “sálvese quien pueda”, porque en medio de esta emergencia, el Estado ecuatoriano ha demostrado su total incapacidad de cumplir con su rol y responsabilidades. No me refiero solamente al colapso del sistema sanitario, sino también a cada una de las decisiones que el Estado ha tomado antes, durante y en el transcurso de la pandemia.
Si bien la ciudadanía ha tenido y tiene la responsabilidad de protegerse y evitar exponerse al bicho, debemos comprender también que la expansión del virus ha sido imposible de controlar debido a que muchas personas no han podido enclaustrarse en sus hogares. Quienes sí lo han hecho, ha sido porque de alguna manera u otra, tienen el privilegio de hacerlo.
Como humanidad, parece que ya tenemos la esperanza de “ver la luz al final de este túnel pandémico” gracias a las vacunas. En el Ecuador, llegadas las primeras vacunas llegó el caos. Caos que visibiliza la realidad que nos duele: el Estado ecuatoriano es un estado fallido que carece de toda institucionalidad, credibilidad y yo me atrevo a decir que también es un Estado que carece de humanidad.
Y es que la inhumanidad de la que hablo ha sido expuesta a través de un sinnúmero de historias que, tanto los medios de comunicación como las redes sociales han visibilizado. No me refiero solo al impacto de la pandemia en la vida de toda/os nosotra/os, sino también a todas las historias que llegan a ser hasta inverosímiles. Entre estas están los casos de las vacunas VIP, las historias sobre falsas inoculaciones, el maltrato del sistema de salud a la gente de la tercera edad, y la desorganización y caos inaudito que ha caracterizado al proceso de vacunación en Ecuador.
Mención especial son los casos de aquellas personas que, en la primera fase de vacunación, lograron inocularse por el simple hecho de haber estado en x sitio en un determinado momento. No pretendo juzgar a la gente que se vacunó “saltándose la fila”, solamente me limito a preguntar: ¿Quiénes de nosotra/os, o de nuestros familiares, hubiésemos tenido la fortaleza de rechazar una oferta de vacuna durante la primera fase a sabiendas que tenemos un Estado sin institucionalidad e incapaz de garantizar un programa estructurado de vacunación?
La incapacidad moral y la inhumanidad que el gobierno de Lenin Moreno junto a su lista interminable de ministra/os de salud que desfilaron, evidenciaron cuatro largos años de un gobierno miserable. La historia ha sido escrita. Cada una/o de nosotra/os sabemos bien lo que hemos vivimos estos últimos cuatro años.
El presidente Guillermo Lasso ha hecho la oferta de un mejor proceso de vacunación. Ofreció que para el 31 de agosto 2021, 9 millones de vacunas serían administradas. Están llegando continuamente al país vacunas de diferentes farmacéuticas. El actual gobierno está implementando un proceso de vacunación que ha levantado muchas críticas.
No soy la única en opinar que este proceso de vacunación refleja todo lo que está mal en el país. Las brechas enormes que existen entre la población que tiene privilegios, y las que no, incluidas la posibilidad de poder viajar para vacunarse en el exterior. Hay alguna/os ecuatoriana/os que dicen que han tenido procesos de vacunación con orden y tranquilidad. La mayoría habla de desorganización total, de maltrato, incertidumbre de las fechas, el caos con el registro en línea y la imposibilidad de conseguir la segunda dosis, etc.
Últimamente se habla del ausentismo de las personas que, estando llamadas a vacunarse no asisten a hacerlo. Esto no hace más que elevar mis críticas porque no logro comprender cómo pueden existir sitios en el país donde sobran vacunas, mientras que en otros sitios (muchas veces en las mismas ciudades, pero en diferentes localidades) existen personas haciendo largas filas en una eterna espera porque “no hay vacunas disponibles”. Conocemos casos de amistades o familiares que han recibido mensajes en sus redes sociales indicando que ‘x’ o ‘y’ lugar sobran vacunas. La gente no termina de darse cuenta de que estas prácticas de círculos de información limitada ocasionan que el acceso a las vacunas siga siendo un privilegio.
Me he estremecido al leer un trino de Jacobo García quien compartía su inquietud sobre cómo y cuándo las personas extranjeras que viven en Ecuador van a acceder a la vacuna.
Se supone que el plan de vacunación del gobierno actual se asimila a los planes que otros países en el mundo han, o están llevando a cabo. ¿Dan prioridad a personas de mayor riesgo y van avanzando con la inoculación a las personas de acuerdo con su grupo etario? Muchas de las discusiones se están dando alrededor de la definición sobre quiénes deben tener o no prioridad: que si los colegios de abogados, que si funcionaria/os de la fiscalía, que si la/os periodistas, que si la gente joven con problemas de salud, etc. Es obvio que el Estado ecuatoriano no tiene lógica, carece de sentido común, y hasta parece que no tiene la humanidad que permita definir cuales son las poblaciones a las que hay que dar prioridad para la vacunación.
Las comparaciones son odiosas es verdad, pero en este caso son muy necesarias. Toda mi crítica la hago desde MI experiencia de vacunación, la cual ha sido ordenada y con un trato bastante humano. En la sociedad #DondeYoVivo apenas se supo de la disponibilidad de las vacunas, el Estado Neerlandés publicó el plan de vacunación. De tal forma que, pese a no tener fechas certeras, la población entera accedía a cierto tipo de información sobre el orden para la vacunación. Varios datos para destacar: Países Bajos tiene 17 millones de habitantes, más o menos la misma población con la que cuenta el Ecuador. En Países Bajos también habita mucha gente sin papeles de residencia y Países Bajos fue uno de los últimos países de la Unión Europea en iniciar la vacunación a su población. A la semana del 21 de junio todas las personas de hasta 18 años ya han sido invitadas a inscribirse para recibir la vacuna.
En Países Bajos la gente confía en el Estado y en su sistema de salud. La ciudadanía ha sabido esperar su turno. Con un promedio de alrededor de 300 vacunas administradas por minuto, el primer ministro anunció el pasado viernes 18 de junio que el próximo 26 de junio se levantan muchas de las restricciones. Obviamente se consideran los aforos limitados en aquellos sitios de ocio que no permiten guardar la debida distancia, se elimina el uso obligatorio de la mascarilla en muchos ambientes y el trabajo presencial está empezando a considerarse. En Países Bajos las personas que no cuentan con papeles de residencia están accediendo a la vacuna que requiere de una sola dosis.
Cuando a mí me llegó el turno, con mucho entusiasmo y nervios me registré en el sitio de internet para recibir la vacuna. En ese momento supe que iba a acceder a una vacuna que requería de dos dosis, pero no sabia cuál sería. También me indicaron la fecha, hora y lugar asignados para la administración de las dos dosis. Llegó el día de mi vacunación y comprobé que el sitio de vacunación había sido construido y preparado específicamente para ese propósito. Había una fila de más o menos 80 personas que fuimos pasando ágilmente. Primero por un cubículo donde presentamos nuestros documentos de identidad y fue recién en ese instante que me enteré de que iba a ser inoculada con la vacuna de Pfizer… ¡finalmente me vacunaron con la primera dosis! Todo este proceso me tomó 8 minutos, sin contar con que llegué antes de tiempo y los 15 minutos que tuve que esperar en la sala post vacuna. Créanme, entre todas las emociones que sentía, no dejaba, ni he dejado de pensar en ningún momento en toda la gente que en Ecuador no alcanzó a vacunarse y que, perdiendo la lucha contra el bicho, perdieron su vida. Tampoco he podido dejar de indignarme con todo lo que está sucediendo en el país. ¿Por qué es tan difícil para países como Ecuador, poder construir y tener sistemas eficientes y humanos que garanticen el derecho a la salud? Como ecuatoriana, pese a no vivir en el país, yo me deprimo, me asusto, estoy continuamente confundida y aturdida porque no logro encontrar respuestas a esta pregunta.
Es esencial que el Estado genere la confianza suficiente para que la sociedad funcione y marche hacia el desarrollo. Actualmente, el Ecuador es un país que claramente NO tiene institucionalidad y que las personas que lo dirigen CARECEN de la capacidad humana para cumplir con su deber de asegurar que la salud -incluido el acceso a las vacunas- sea un derecho garantizado y otorgado a la ciudadanía. Amén de las posturas de alguna gente “libertaria y privatizadora” que piensan que la vida es mejor sin la intervención del Estado, yo soy de las que cree que el Estado es el ente fundamental encargado de garantizar y proteger los derechos humanos de todas las personas.
Por cierto, #DondeYoVivo conozco a gente que no quiere y no piensa vacunarse. Algunas de estas personas son amistades cercanas, personas que tiene sus reservas y sus razones. Desde mi punto de vista muchas de esas razones se construyen sobre la base de mitos y del sinnúmero de teorías de conspiraciones que, para personas como yo que creemos en la ciencia, pueden parecer ridículas. Yo considero que es una irresponsabilidad con la humanidad entera el negarse a recibir una vacuna que básicamente promueve y busca inmunización masiva. Sin embargo, no estoy de acuerdo con los abundantes insultos y epítetos en las redes sociales contra las personas que no quieren vacunarse.
Finalmente, parecería ser que inmunizarnos contra el bicho es más factible que llegar a inmunizarnos contra tanta desidia, y en contra del abuso e inhumanidad de un Estado que parece estar deshaciéndose en cada semana que pasa.