Por Selene López
La incógnita de Estados Unidos ha levantado diversas percepciones sobre la legitimidad en la elección del nuevo presidente y el saliente, la rivalidad entre el Partido Demócrata y Republicano, la división entre la izquierda y la derecha en ese país, sin embargo, el misterio más allá de la coyuntura, está realmente en entender las actitudes pre existentes, los factores contextuales en lo que tradicionalmente ha sido, una nación democrática con fuertes pesos y contrapesos.
Culpar a la existencia de Trump, a su locura, a su personalidad sería fácil, más aún en un mundo que tiende a ver la política con los anteojos de la izquierda y a la derecha o liberales vs conservadores. La irrupción de alguien como Trump no se entiende en el espectro izquierda-derecha, sino que debe ser entendida en la oposición de experiencia, experticia vs conocimiento común. Una oposición, una división entre gente que confía en la autoridad experta, que crece por la tecnocracia y gente que no tiene esa autoridad. Trump representa a la gente que no tiene las credenciales que vienen con los masters, PhDs o entrenamiento profesional y que han sido silenciadas en la opinión pública y que en Trump encuentran un lugar al ser tan combativo con grupos profesionales, académicos, etc. Trump es un ejemplo de que el capital cultural no es necesario para ser presidente. Su irrupción se da por la oposición entre dos diferentes Américas: la de la nueva economía, economía del conocimiento, financialización, niveles cada vez más sofisticados de la formación de la fuerza de trabajo y la vieja economía.
Lo que busco en estas cortas líneas, es centrar el análisis en la mayor resonancia entre las actitudes preexistentes en EEUU y los marcos discursivos construidos en la presidencia de Trump, y antes de la misma. Trump importa no por lo que dice, sino por cómo lo que dice cala profundamente en los imaginarios de gran parte de la población. Es por eso que debemos ponerle atención a los factores contextuales generan resonancia en estos discursos.
Muchos partidos populistas europeos, pero también Trump son básicamente una forma de populismo que se basa en gran medida en el nacionalismo y el nativismo. El populismo y el nacionalismo no son fenómenos de la opinión pública ni del discurso político, ambos han figurado de manera prominente en las condiciones de la política durante décadas, lo que sugiere que su reciente efectividad política tiene raíces más profundas.
Los predictores sociodemográficos del voto de derecha radical son bien conocidos y relativamente consistentes en algunos países, involucrando una combinación de educación inferior, residencia suburbana o rural, estatus ocupacional no profesional, es decir, disposiciones culturales que hacen que este tipo de discurso sea sea bien recibido.
Para entender el apoyo público a la política radical de Trump, para entender la entrada de sus partidarios al Capitolio debemos dimensionar una variedad de cambios sociales han engendrado un sentido de amenaza de estatus colectivo entre las mayorías etnoculturales nacionales. Al apuntar a las élites políticas y las minorías étnicas, religiosas y raciales, los actores políticos de la derecha radical han podido movilizar un apoyo sin precedentes entre las mayorías étnicas que experimentan un agudo sentido de amenaza colectiva de estatus.
La democracia no se rompió el día en que los seguidores de Trump llegaron al Capitalio, sino que hace mucho tiempo que se le estaba llevando al límite. Trump es una consecuencia del sistema profundamente alejado, desigual, en lo económico es consecuencia de la crisis del 2008, del abandono de las mayorías a favor de los poderes corporativos, mayorías que se han decantado por apoyar a candidatos que ofrezcan soluciones radicales al problema resultante. Trump es un efecto, no la causa.